“Abre la ventana del centro de tu pecho
Y deja que los espíritus entren y salgan volando”

Rumi

Huellas sobre huellas

Huellas sobre huellas,
en la Santander.

Yo sólo sé
que los que mañana
serán atropellados
–en otra calle distinta
a esta calle–
caminan, acá,
con rocío puro en los labios.

Llevan un helado
de espuma, en su mano,
sostienen a sus hijos de saliva.

Ellos caminan:
hermosos, ciertos,
desconocidos, nuevos.
Han dejado atrás las jaulas.
Hay amor en sus corazones:
besan los hocicos
de los perros enfermos.

Pues ésos, felices,
mañana mismo
habrán de ser roídos
por deudas y cánceres,
y divorcios lamentables.

Ignorantes hijos
de la calle Santander.


Tirar cadáveres al lago

Tirar cadáveres al lago.
O piedras.
Tirar gurús.
(Que se mojen.
Que despierten.
Que destruyan
sus sueños de iluminación.)
Tirar cadáveres, cientos, miles. 

El machete está detrás de la puerta


Y está allí por si viene
a buscarme un ejército de arañas.
Por si me empieza a salir la miel
amarga de los locos sesos.
Por si se juntan las palabras pelirrojas.
Por si se abre una ventana en el espejo.
Para contrarrestar el veneno de la seda.
Para empequeñecer el formato
de algunos objetos perfectamente inútiles.
Para cortar los pavorosos ruidos de la noche. 

Lo que te de la gana

Podés de hecho hacer lo que te de la gana:
morder bicicletas,
cruzar a la izquierda cuatro veces,
lamer sidosos,
caminar sobre copas quebradas,
nadar en los mil mares del lago,
crear fantasiosos proyectos sociales,
subirte al trono de un colibrí,
renunciar a la abstinencia,
atormentar a una o dos menores de edad,
quitarle las patas a una mariposa,
atesorar pequeños huesos de japoneses,
decir la noche es de nadie,
quebrarle la mandíbula a tu mujer, 
regar las plantas,
leer a Bergson, hacer reiki,
ver un partido de fut,
ponerte a verga con un gringo,
abrir una iglesia evangélica,
coleccionar niños indígenas en una hielera,
fumar 50 cigarros,
hacer silenciosamente el amor a un desconocido,
plagiar rolas, subirte a un tuctuc,
inaugurar una nueva dinastía de mendigos,
abrir tumbas a la orilla de la carretera,
arrastrarte hasta el Circus,
dar el diente de un muerto a la luna,
esconderte de la sociedad,
molestar a las meseras, sentir pena 
por una anciana,
darle tu alma a una piedra,
gastar toda tu plata en empanadas,
tirar los dados en la Santander,
danzar con los manos amputadas.

Estamos en Pana.
Podés hacer lo que te de la puta gana. 



Los panaperros


Los panaperros
son de la larva.

Son del polvo.

Son de los ángeles de thinner.

Son de la sarna.

De nadie,
son de nadie,
nadie los reclama.

Vienen de la parte del pueblo
en donde los muertos
compran pan. 

Los artesanos

Conocen, los artesanos, el oficio
de nacer y caminar.

Hacen sus collares
con el uranio de las estrellas.

Beben y dan de beber
a sus hijos
la sangre
cocinada a las doce
del mediodía
y a las doce
de la medianoche.

No existen o existen la mitad
del tiempo, o existen de otro modo.

Sus enfermedades son más reales.
Sus mujeres bellas y sucias.

El Führer los detesta. 

Mishmush


La gata Mishmush

ha matado una paloma.


Y ahora la coloca

debajo de la cama


y se la está comiendo.


No parece que la gata Mishmush

vaya a tener problema jamás


para conseguir alimento: 


es una gran gata asesina.


Se me hace pesado el corazón

cuando me pongo a pensar


que algún día vamos a tener

que dejar ir a la gata Mishmush.


Pero ella no nos pertenece:


pertenece a lo feroz y lo salvaje,

hasta el fin de los tiempos.

Los prófugos


Pana es un asunto de prófugos.

Pana se ubica en el ápside
de un crimen o una abdicación.

En su cuádruple silencio
se asilan los cobardes:

los que no quisieron dejar flores
en la tumba de su padre;

los que no supieron ordenar
las cenizas del incendio;

los que no pudieron aceptar
el regalo infinito de la realidad.

Pana es de los que huyen,
de los que traicionan huyendo.

Más el universo los sabrá encontrar,
porque es pasatiempo del universo

rastrear a los eternos viudos,
a los violadores, a los asesinos,

y ponerles delante un espejo. 

Lucía


Entre el humo ambarino,

pequeña pero grande, 


trémula y sonriente,


Lucía, la idealista,

nos regala su esperanza.  

Mi vecino es Cat Stevens

A Tim

Nadie lo sabe,
pero mi vecino es Cat Stevens.

A veces se mete al lago,
y nada siete veces cincuenta metros.

Le gusta coleccionar piedritas
que encuentra en la playa.

Ha venido a este pedazo de sur
porque ya está a verga de la fama,
como de hecho ya está a verga de Alá.

Casi nunca toca guitarra,
pero cuando lo hace,
caen los pájaros, en éxtasis. 

Comiendo en Maktubar

Comiendo en Maktubar
mientras el brasileño Ioca me cuenta
cómo le hizo para conseguir el terrenito
en donde va a construir su casa
y una europea sucia y linda
pasa cerca de nosotros
y en la tele hay un partido de fut
y esto es vivir en Pana a veces,
este nenúfar flotante,
esta forma de no–cáncer,
este machete en su vaina.

Brujos

Poco a poco, y gradualmente,
nos convertiremos en brujos. 

Brujos, superbrujos, mayas amarillos,
hombres, mujeres por completo paranoicos,
ocupados en encender las hogueras
en donde arderán mil millones de tuercas.

Se supone que hablaremos con los pájaros,
se supone que habremos nacido para no entender
los llovidos automóviles, ciegos, por nadie usados.

Seremos brujos, manipularemos los músculos
del fluido espacio–temporal, haremos milagros con las gallinas,
los presidentes vendrán a pedirnos favores realmente oscuros.

Oh sí, seremos ágiles e inmortales, fumaremos ranas. 

Casas vacías a la orilla del lago


Y ventanas en donde los muertos escupen sin pudor.
Mejor que jamás regresen los dueños millonarios
a sus mansiones levantadas sobre la piedra inefable.
Solamente el vacío sabe lo que es habitar en verdad. 

El Grupo

Cada noche me uno
a los compas del Grupo.

A todos ellos,
que son tan simples,
y son tan complicados.

Fuman demasiado,
siempre:
y todo ese humo
se posa en el hombro
de alguno, triste pájaro.

Cómo quiero
a mis amigos espirituales,
que han visto y saben
que el lunes es
una posibilidad horrorosa,
para el que no dice
jamás por favor.

Lo que el espejo cobarde,
lo que el cobarde espejo
no dice, ellos lo dicen,
y este decir nace de ellos
como una flor
puede nacer de un cráneo.

Yo soy el que los escucha,
el que los quiere,
el que fue traición
ahora escucha.

En el principio
fueron dos, y una mano temblando. 

Camilo

Camilo apenas si habla español.
Y cómo habla.
Hay que verlo hablar a Camilo,
con su sombrero puesto
y ese aspecto de niño–adulto,
componiendo frases laboriosas,
que son las de aquellos
que nunca del todo
ingresaron al arrogante
latifundio del castellano.
Cuesta seguirle la conversación,
pero a mí me gusta cuando hablamos,
y desearía poder hacerlo en su lengua.
Noto que a otros los exaspera
su modo de comunicarse, su infinita
torpeza verbal, pero en el Día del Juicio,
todos tendremos que escuchar
a Camilo, porque él es lo profundo
y lo verdadero, y lo que dice sin mentir.  

Los ahogados

Ay
lentos amigos, para siempre lejos de la fiebre.

En la mugre de la asfixia
vieron su indudable rostro,
rumbo a Santiago.

Hoy vagan ennegrecidos
hacia las playas
o descienden,
y puede que por pudor
sólo vengan a saludar
en ciertas noches de queja.

Salgan ustedes,
hombro con hombro,
salgan a veces al sol.

Y que nada más se hunda;
y que todo por favor nade.

No queremos más
desde lo seco llorar.

Soberbia

Me pongo muy triste:
de pensar que un día
desapareceré
y no estaré allí para ver
la belleza de este gran lago.

Pero en realidad
me pongo triste
porque algún día
este lago no estará allí
para ver la belleza
de mi grandioso cadáver. 

El malhumorado

Soy el segundo hombre
más malhumorado en este pueblo.

Estoy hecho de materia
de gusanos.

Lo único que deseo
es quemar, quemar, y quemar.

Soy el segundo hombre
más malhumorado en este pueblo.

Siento una gran dicha
cuando le corto la garganta
a un payaso.

Y pagaría
por ver llorar a la chica
que me sirve el café.

Mis demonios son constantes
y precisos. 

Soy el segundo hombre
más malhumorado en este pueblo.

Acabo de recibir una paliza.

Me la dio el primer hombre
más malhumorado en este pueblo. 

Ezzie

With your feet in the air and your head on the ground
Try this trick and spin it, yeah

Pixies

Sigue cantando, Ezzie,
pues en tu voz están todas las orquídeas
que necesito,
y todo lo que necesito es tu voz,
sus 800.000 rojos clandestinos.
Lo que me das
es mucho más que el olor de las gasolineras,
y es mucho más que el gris, gris horario
de los seres inmodificados,
los seres–charcos
que apenas sienten el frío
de las bayonetas.
Vos, Ezzie,
dame tu voz perteneciente a un modo
de la esperanza, de la noche, y de la risa,
y los niños dejarán de trabajar. 

Frío en Pana


¿No ves que tengo frío?
¿No ves que estoy fría, como una muerta cualquiera?
¿No ves que mi sangre es corredor hueco
por donde pasan ráfagas de arcángeles machacados?
¿No ves que ni los náufragos nos saludan?
¿No ves que este viernes ha visto la verdad
de un arpón triste, de un arpón llorando?
¿No ves que voy en la bicicleta del no volver?
¿No ves que la mariposa
se posa glacial en mi ojo zurdo?
¿Nos ves esos mil cuchillos decidiéndose?
¿No ves la sangre de lo claro de la muerte?
¿No ves que llueve, que tengo un gran frío? 

Comiendo pizza

Estás comiendo
un pedazo de pizza,

y simultáneamente
estás viendo
al perro flaco comer

un pedazo de pizza,

que alguien le habrá
regalado,

con indudable desdén. 

Patzicía/Patzún/Panajachel

La carretera es la madre.

La carretera está hecha
con materia de palomas.

La carretera arde pues
con fuego invisible.

Antes que Dios, fue la carretera. 

Obispo

A la mujer de Obispo le salió un tumor.
Le salió un tumor
y Obispo, él está todo preocupado.
Me lo encontré en el parqueo
y hablamos un poco,
y después bajé a la playa,
y desde allí contemplé los volcanes,
que son el mobiliario
que Dios puso en este lugar,
y escuché los movimientos mínimos del agua,
y un perro ladró,
y un perro se acercó,
y un perro meó,
y yo me puse a imaginar
que en el fondo del lago había una ciudad
sumergida con sacerdotes fabulosos
realizando un concilio infinito,
dirigiendo la rotación de los astros,
y diseñando el choque de las fuerzas espirituales.
Pero después me puse a pensar en Obispo,
y me puse a pensar en su mujer,
y me di cuenta que se hacía tarde,
y el perro aún estaba allí,
aunque ya no ladraba. 

A un gringo

Hay que ver la cantidad de gringos
y canchitos que viven en Panajachel,
eclipsados una y otra vez
por la belleza insomne del lago.
Y está bien, la mayor parte de ellos
son buenas personas,
pero es de lamentar
que muchos pasan el tiempo
como deportados de la realidad,
sin saber nada de Guatemala,
de su carne y de su dolor,
o inventando para ella un dolor romántico
de caja de cereal.
Algunos ni siquiera hablan español.
No soy de ésos
que desde los tribunales de la envidia
lanzan sus flechas de xenofobia avanzada
y urgen a sus ciudadanos
a levantar grandes muros de block.  
Pero sí pido por favor
el pudor de la ignorancia.
Que no pretendan estos visitantes
que lo saben todo, y que conocen
el anverso y el reverso de las cosas,
porque nuestra historia es un toro
que sangra complejidad,
y en cuyo cuerpo los gusanos
cavan inexpugnables laberintos.
Te digo que aprendas, gringo.
Te digo que calles y aprendas, con nosotros.
Te invito a aprender. 

San Francisco

San Francisco es lo que sucede

cuando dos niños juegan en la calle Sampores.

 

San Francisco es una mujer estremecida

en un cuarto sucio de hotel.

 

San Francisco es lo interminable

de un perro que ladra.

 

San Francisco es un bolo bajo el poste,

mostrando la barriga.

 

San Francisco es LSD alumbrando

las callejas de un cerebro adolescente.

 

San Francisco es la ceniza

del puro lento

de Maximón.

 

San Francisco es un átomo de la rata

que el gato ya se está comiendo.

 

San Francisco es nacer,

contra todas las posibilidades, en octubre. 

Pronto o algún día nos iremos de Pana



Pronto o algún día nos iremos de Pana.

Nos pondremos amarillos y nos iremos de Pana.

El mundo volverá a ser una mujer y una aspiradora.

Subiremos a lo más alto de las torres del vacío blanco.

Pisaremos lenguas de mucho tedio.

Pronto, ¿cuándo?, no sé cuándo, pero pronto,

algún día, nos abriremos paso entre la bruma

hasta llegar a la ciudad y todos sus cuerpos como espejos,

la ciudad y sus marineros aullando por sangre

menos pura que la sangre ocre de Pana,

y nos patearán en la calle, un domingo cualquiera. 

Cush

Que la música
cubra los mugidos
de la medianoche.
Es la hora
de cubrir
las espinas dorsales
con suaves salmos.
Escupiremos la grasa
inconclusa.
Será como andar
sobre las aguas del lago,
como cantar
con una garganta
de ansiolíticos,
como sentir el Ritmo
Infinito que surge
de las manos
de los torturados.
Recordaré a Cush
subido sobre un carrusel
radioactivo,
o simplemente
caminando
a Santa Catarina,
en perfecta claridad tecnicolor. 

Ha llovido

Ha llovido
–sobre miles de nosotros
y sobre miles de ellos,
sobre objetos pesados,
casas, carros, ha llovido.
Es una lluvia sucia,
mujeriega, larvática,
una lluvia que no respeta
las devociones,
una lluvia hinchada
de esputo y blanca sífilis.
Pronto sabremos
lo que es vivir en lo lento.
Lentos son los pensamientos
de algunos moribundos
que bebieron en charcos
algo parecido al amor,
y hoy nos miran ausentes.
Seamos consecuentes
con lo mojado, pues.
Seamos consecuentes
con los patios vacíos
de las escuelas vacías.
Seamos consecuentes
con las canciones
mudas de escuchar lo que cae.
Esta lluvia donde arde el tedio.
Esta lluvia que quiere
reinar en todas las cavidades.
Esta lluvia que asusta
a hombres y alacranes, por igual.